Momentos Amelie: la locura y sus manchas
No sé si lo sabes pero una de las (buenas) costumbres que me acompañan desde hace tiempo son los momentos Amelie, diez minutos de escritura libre y automática, mi único objetivo es escribir. Ahora me encuentro inmersa en uno de ellos.
A veces tengo una idea central; otras veces no. En esta ocasión me dejo guiar por la locura y el peso que tiene sobre mí, tanto a nivel creativo como existencial. Escribo sin estructura, simplemente dejándome guiar, así que, si notas que me desvío un poco, espero que no me lo tengas en cuenta.
LOCURA: una palabra de seis letras con demasiadas connotaciones, la mayoría de ellas negativas. Si a algo he tenido miedo desde que era muy pequeñita ha sido a volverme loca, a dejar volar tanto mi imaginación, a expandir de un modo tan brutal todas y cada una de las conexiones que encierra mi cráneo que, llegado a un punto concreto, me fuera imposible retomar el contacto con la realidad.
Aún siento muy cerca aquellos años en los que conducía hasta las cejas de Red Bull porque mi mente se disociaba tanto en la carretera que temía salirme de la trazada en cualquier momento. O aquellos intervalos de tiempo en los que perdía el control de mi atención y no era capaz de seguir una simple conversación. Y algunas cosas más que prefiero no contar. Curiosamente, todo ello me pasaba, me pasó, en la época en que decidí dejar de escribir por un tiempo. Fueron cerca de ochocientos días en los que me convencí a mí misma de que debía pasear por el mundo que me rodeaba con los pies bien aferrados a la tierra. Cómo no, mi cabeza me acabó traicionando, aunque, por suerte, retomé esto de vomitar palabras sobre el papel cuando fui consciente de que, la mayoría de las veces, mi equilibrio dependía demasiado de la escritura.
A día de hoy ya no me da miedo volverme loca, a pesar de que ahora sé que en el mundo del arte y de la creación literaria lo de volverse loco es bastante frecuente. Van Gogh, Seraphine Loiuis, Edvar Munch, Leo Tosltòi, Silvia Plath, Ernest Hemingway... Sí. Ellos, y muchos, muchísimos más. Afortunadamente, alguien que sabe mucho de este tema me dijo hace algún tiempo, en un momento crucial para mí, que la locura no es más que una exageración del comportamiento normal y que, si lograba conocer muy bien cómo funcionaba mi cerebro y en qué punto se encontraba mi equilibrio, eso a lo que tanto temía podría llegar a convertirse en una característica más de mi personalidad. Una excentricidad, podríamos decir.
Esa persona tenía razón.
Cinco años después, y tras mucho leer e indagar, creo que he llegado a conocer lo suficientemente bien los mecanismos de mi creatividad como para saber en qué punto me encuentro en cada momento. Incluso he aprendido a encender y a apagar los procesos disociativos que me mantienen alejada de la realidad. Cinco años después, LA MENTE ha llegado a convertirse en una de mis mayores inquietudes. No solo la mía. También la de los demás.
Las mentes extrañas, diferentes, incluso dislocadas, me atraen sobremanera. Pero, por encima de todo, me atrapan las personas que tienen que vivir día a día con los efectos de un trastorno mental. Personas que sufren por dentro a causa de su desequilibrio y que, además, para colmo, tienen que aguantar la mirada de una sociedad poco dispuesta a escucharlas y a comprenderlas. La palabra correcta es ESTIGMA o, para ser más explícita acerca del modo en que en este tiempo he podido percibir la realidad que rodea a la enfermedad mental, esa jodida e imborrable mancha con la que decidimos marcar a gente que, como tú y como yo, lo único que quiere es vivir con normalidad. Ser feliz.
Hace ya algún tiempo (cerca de dos años) que nació dentro de mi cabeza una nueva obsesión. Mis mayores obsesiones, mis sueños más persistentes, son mis historias y, en este caso, un personaje concreto. Actualmente un personaje durmiente porque aún no tiene una voz demasiado definida y que me pide mucha documentación, mucho bagaje. Espero estar preparada muy pronto para escribir esa historia que tanto me obsesiona y con la que me encantaría mostrarle a todo aquel que quiera leerla que la enfermedad mental no es más que la exageración de un comportamiento normal y que, con la ayuda de todos, no tendría por qué estar estigmatizada. Porque los estigmas son para los santos (curiosas creaciones), no para personas de verdad que lo único que quieren es vivir en paz.